Comentario
Capítulo LXV
Que trata de cómo después de haber salido el general Pedro de Valdivia de la villa de la Serena mandó al piloto de un bergantín que estaba allí que se decía Luis Hernández que se fuese al puerto de Valparaíso
Habiendo el general despachado el galeón para el Pirú y dado la orden que convenía al capitán Joan Bohón, que estaba en la villa de la Serena, mandó a Luis Hernández, piloto del bergantín que en el puerto estaba que había venido con socorro, que se fuese y llevase el bergantín con sus compañeros al puerto de Valparaíso, puerto de la ciudad de Santiago, porque él se partió otro día por tierra. Aquella noche se hizo a la vela el piloto con otros compañeros, y todos tres lusitanos, y se fueron a los reinos del Pirú.
Allegado el general a la ciudad de Santiago y no era venido ni después vino el bergantín, supo cómo se había ido al Pirú, porque no pudo el piloto efectuar un trato secreto que traían con un Pero Sancho, vecino de la ciudad de Santiago, y con el criado del licenciado Vaca de Castro que estaba vendiendo y cobrando su mercadería, o por mejor decir, la que a cargo traía y cosas que convenían a los dos y al piloto también, porque le habían prometido cierta cantidad de dineros porque se fuesen con el navío a entender lo que a ellos les parecía que convenía, y por estas causas se fueron.
Estuvo el general en la ciudad de Santiago cinco meses, en los cuales mandó aderezar armas y reformar los caballos y aprestarse, para en fin de enero, año de mil y quinientos y cuarenta y seis, salir, como salió, a la ligera con sesenta de a caballo. Caminó hasta pasar el caudaloso río de Itata, que es pasados los términos de la ciudad de Santiago y lo último de lo que él con sus compañeros había conquistado, y de allí adelante no había pasado ningún español, ni se sabía qué tan cerca estaba tierra poblada.
Pasado este río fue a dormir a una laguna que estaba cinco leguas de aquel río, adonde los vinieron acometer cierta cantidad de gente, y eran tan salvajes que se venían a los españoles pensando tomarlos a manos, a causa de estar admirados en ver otros hombres en hábito diferente que ellos. Y de ellos perdieron muchos las vidas.
Aquí tomaron ciertos indios y al cacique, señor de aquella laguna. Y a todos les dio a entender el general a lo que venían, y supo de ellos cómo toda la gente de la comarca con sus caciques hacían junta para dar en los españoles, a los cuales hizo mensajeros de estos indios. Envióles a decir cómo él y aquellos su[s] hermanos venían a aquello que les habían dicho, y que les dijese, mas que sin temor ninguno viniesen a verse con él para que supiesen a lo que venían, y que si quisiesen venir de paz, se la guardarían y ansí mesmo les guardarían a sus mujeres e hijos y haciendas, y si quisiesen pelear, que allí delante los hallarían no temerosos de sus fieros, ni asquerosos de su sangre.
Fueron los mensajeros a la junta de los indios, y con ellos envió otros indios más pláticos y un yanacona para que les supiesen decir lo que les enviaba de mensaje. Y a este yanacona dijo el general que dijese a los indios de guerra, que si quisiesen servir y venir de paz, que los conocerían en verlos desarmados, porque si armas trajesen los matarían, y los que no las trajesen, se la guardarían.
La respuesta que el yanacona trajo fue que lo apalearon y lo enviaron y no le dijeron cosa alguna. Visto esto, caminó el general con sus compañeros dos días, que no hallaron indio ni otra persona alguna, y al tercero día salieron sesenta indios de guerra. Vistos les envió el general a hablar y decir que por qué andaban con armas y tan pocos, y por ser pocos daban a entender que andaban de paz, y andar con armas no hacían lo que les envió a decir, que se aclarasen. Respondieron que ya lo habían sabido y oído, pero veían que eran pocos y ellos muchos, y que por tanto venían aquéllos a matarlos. Oída la respuesta dijo el general que aguardasen un poco, y mandó a quince soldados que saliesen con él, y
arremetieron como suelen y desbarataron del primer encuentro los indios y mataron más de treinta, y todos los demás tomó y los mandó castigar cortándoles las narices. Y ansí los envió, y que dijesen a sus caciques que si no venían a servirles, que ansí los habían de castigar, y que tomasen de aquéllos aviso, y que escarmentasen, y que supiesen como lo hacen en la guerra los españoles.
Como los indios de la junta vieron aquellos indios así castigados, tomaron tanto temor que huyeron muchos y desampararon el sitio y se fueron. Dijeron aquellos indios cuando se iban que no querían pelear, porque veían que eran muy valientes, pues quince vencieron a sesenta y mataron más de la mitad, y castigaron a todos los otros de tal suerte que atemorizada. E toda esta gente traía a su cargo un capitán que se llamaba Malloquete, de parte de un gran señor que se llamaba Andalién, el cual le había mandado que viniese a pelear con nosotros y que no dejase la guerra hasta dar fin a todos los cristianos, o morir sobre la defensa de la entrada de su tierra, lo cual amonestaba con buenas razones este Malloquete a los indios que se le iban. Y viendo que no aprovechaba todo lo que les decía ni podía decir, dejó ir hasta cuatro mil indios y dijo que con seis mil indios que le quedaba, que eran los escogidos, matarían a todos los españoles y cumpliría con el mandato de su señor.
Tenía el general asentada su ranchería e alonjamiento encima de una loma, que de una y otra parte pasaba dos quebradas agras. Y acaso la luna era de cinco días, y púsose el primer cuarto, y acabado de se poner, dieron los indios en los cristianos tan sin temor, como si muchas veces lo hubieran usado, dando grandes alaridos como lo usan, que demostraban ser cincuenta mil indios. Saliéronles al encuentro cuatro españoles, que se decían Alonso de Córdoba y Joan de Gangas y Gaspar Orense y Joan de Cepeda, que eran de ronda con sus espadas y rodelas y morriones, y detuviéronles su furia. Y en el entretanto salió el general con los demás españoles y pelearon animosamente, estando en su escuadrón cerrado los indios tan fuertes como si fueran tudescos.
Duró esta batalla gran pieza de la noche, y al fin fueron los indios rompidos y muertos el capitán Malloquete y hasta doscientos indios. Ellos mataron dos caballos e hirieron doce españoles. Vencida la batalla, quedando como quedaron por señores del campo, los españoles curaron los heridos.